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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía para la Misa Crismal celebrada en la Iglesia Catedral

Corrientes, 5 de abril de 2023

La persona ungida es aquella que se le confía una misión y se distingue porque la desempeña en el buen trato hacia sus semejantes. Es alguien a quien se lo capacita para un gran desafío: desentenderse de sí mismo y atender al que tiene al lado. Para ello es preciso una diligente preparación. El término unción viene del verbo untar, engrasar, frotar con aceite; y que a su vez proviene del latín unctum que significa aceite, o también ungüento para perfumar. De hecho, para preparar el Santo Crisma, se utiliza aceite de oliva y se le añaden perfumes. En la antigüedad se ungían los cuerpos de los atletas para el combate y se ungían a las personas con aceites perfumados para hacer más agradable el encuentro.

La simbología de la unción es sumamente significativa, por eso también Jesús la utilizó para darse a conocer como el Ungido por excelencia, en la sinagoga de Nazaret donde se había criado. Cuando le tocó el turno para hacer la lectura, le entregaron el libro del profeta Isaías. Al abrirlo, leyó el pasaje que también nosotros hemos oído hace un momento en la primera lectura, y se aplicó ese texto a sí mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres…” (cf. Lc 4,16-21). La unción es siempre para la misión, una misión que, en este caso, exige darse completamente.

Para llevar a cabo una misión así, es necesario estar preparado, es decir, capacitado, fortalecido. En un sentido tan simbólico como real, podemos decir que es preciso tener el cuerpo untado para la batalla y el espíritu perfumado para el buen trato con los demás. La unción crismal que todos hemos recibido, y que nos iguala ante Dios y ante los demás en calidad de hijos y de hermanos, es aquella que se nos dio en el Bautismo. Sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo, nos ungen para el combate contra el mal y nos perfuman para caminar juntos todos. Esa es nuestra identidad cristiana y nuestra misión.

En la sinagoga de Nazaret, cuyas ruinas aún se conservan hasta el día de hoy, Jesús, después que terminó la lectura del profeta Isaías, toda la asamblea tenía los ojos fijos en Él. Y, en seguida, Jesús tomó la palabra y se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Esas palabras, que dejaron atónitos a los presentes, se cumplen también hoy: nosotros somos una comunidad de ungidos, en primer lugar, todos y, luego, para un ministerio particular, los sacerdotes y los obispos. Esta es la razón principal que sostiene la oportuna expresión del papa Francisco con la invitación a ser una Iglesia en salida. La Iglesia ungida es una Iglesia misionera.

Si la unción con el Santo Crisma nos “untó” hasta el alma con la gracia de Cristo, nos injertó en Él para que por Él vivamos como seres pascuales, muriendo y resucitando con Él, la misión se deriva de la gozosa experiencia de esa unción. Esa misión consiste en anunciar el Evangelio a los pobres, es decir a aquellos que se disponen a recibir la unción. Unción que hace al hombre libre, unción que otorga una nueva visión de la vida, unción que instaura un nuevo tiempo de gracia del Señor, ya presente y actuante en la historia.

Estamos en el año del Sínodo de la Sinodalidad y de la preparación de la II Asamblea Diocesana sobre el mismo tema. Nos hará bien recordar que ese “caminar juntos” en la preparación de los mencionados encuentros, tiene como finalidad renovar nuestra condición de hombres y mujeres ungidos con el Santo Crisma, para discernir cuáles son los caminos que hoy debemos transitar para anunciar el Evangelio a los pobres con nuestro testimonio, con la palabra y con las obras. Este tiempo de gracia nos exige una atenta escucha al Espíritu del Señor, que está sobre nuestra comunidad y sobre cada uno de los ungidos que la conformamos. Por eso, la escucha recíproca, hecha de silencio, de atención y de acogida del otro, es un lugar en el que Dios habla hoy.

Además de la consagración del Santo Crisma, haremos a continuación la bendición de los óleos para los catecúmenos y para los enfermos, a fin de que también esos hermanos y hermanas nuestros formen parte viva y activa de la asamblea de los ungidos y enviados. Los sacerdotes, a quienes también se nos han ungidos las manos y a los obispos la cabeza, renovaremos nuestras promesas sacerdotales, comprometiendo así nuestra misión específica de caminar junto con el pueblo de Dios, en esta maravillosa peregrinación, animada por el Espíritu del Señor, que tiene como meta final el feliz encuentro en el santuario del cielo, donde reina para siempre el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Mientras aún peregrinamos en esta vida, pongámonos confiados en las tiernas manos de nuestra Madre de Itatí, que jamás abandona a los que humildemente recurrimos a Ella. Que así sea.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 23-04-05 Homilía Misa Crismal, en formato de Word.


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