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MONSEÑOR STANOVNIK

Homilía en la Misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción

Concepción del Yaguareté Corá y Paso de la Patria, 8 de diciembre de 2023

La Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María es un misterio fascinante que podía ocurrírsele solo a Dios. Y para nosotros, una noticia que nos llena de esperanza, de felicidad y de rumbo en la vida. En medio de tanto desconcierto y confusión, que los hubo siempre más o menos grandes, Dios no abandona la obra que salió de sus manos, a pesar de la falta de respuesta que los hombres y mujeres le damos a su constante amor y preocupación por nosotros.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios. En la primera lectura del libro del Génesis (3,9-15.20), un texto que tiene al menos unos cuatro milenios de historia nos habla del drama de la condición humana, representado en Adán y Eva, creados por amor y para amar. Pero ellos, ante la propuesta que Dios les hizo, se cierran sobre sí mismos y se abren a la tentación de construir su vida a espaldas de Dios y complaciendo sus particulares autopercepciones de lo que sería mejor para ellos. Les fue mal, como les va mal a todos los que se aíslan y se clausuran para satisfacer sus propios intereses. Ahí es donde tenemos que buscar la causa de la violencia, de las guerras, de las persecuciones, del hambre, de la pobreza, de las migraciones forzadas, de la trata de personas, etc. Sin embargo, Dios que posee un corazón de padre y entrañas de madre, no abandona a sus criaturas y continúa buscándolas para convencerlas de su insensatez y mostrarles el camino de la vida y de la felicidad.

El libro del Génesis relata el diálogo entre Dios y Adán y Eva, que posee un profundo mensaje para todos los tiempos, razas y culturas. Cuando Adán y Eva rompen el proyecto que Dios les propone y se dan cuenta del abismo en el cual se precipitan, se esconden y huyen. Dios encuentra a Adán y le pregunta: “¿Dónde estás?” Evidentemente, el hombre no estaba en su lugar, en ese lugar que Dios lo había colocado al crearlo. Adán buscó la felicidad donde no estaba, y así perdió de vista también a su compañera. Ésta, de compañera, paso a ser una rival. Adán la acusa de su desgracia. Así se instaló la violencia entre ambos. Violencia, que de formas muy variadas nos acompaña a lo largo de la historia hasta nuestros días. La causa primera y más honda de la ruptura fraterna es la desobediencia a Dios.

Dios continúa haciéndonos hoy la misma pregunta que entonces le hizo a Adán: “¿dónde estás?”. Animémonos a escuchar esa pregunta solos y también en conjunto. La Iglesia nos anima a escuchar la Palabra de Dios individualmente y en conjunto, discernirla y, entusiasmados por ella, salir a anunciar a los demás que Dios se preocupa con amor de Padre por cada ser humano y por todos juntos. Preguntémonos dónde está tu hermano, tu hermana, tu esposo, tu esposa, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tu comunidad, tu responsabilidad en el trabajo, tu honestidad, tu transparencia, tu amor al prójimo, tu justicia, tu perdón...

En la lectura del Evangelio, también escuchamos un diálogo, en este caso entre el Ángel del Señor y una jovencita que la llamaban María y era del pueblo de Nazareth. El diálogo entre ellos es sereno y abierto, pero no fácil. María tenía un hermoso proyecto con su prometido José. El Ángel se lo desbarata con la propuesta que le anuncia de parte de Dios. Difícil de entender y aún más de aceptar. Por eso, María manifiesta su asombro y perplejidad ante la propuesta que le acaban de hacer. No cabe en su razón que la embarquen en un proyecto incomprensible. Sin embargo, ella, habituada a la presencia de Dios y familiarizada con su Palabra desde pequeña, no se cierra, no se empeña en los sueños que compartía con José de formar una familia y tener hijos, sino que asume el misterio que el Ángel le propone de ser Madre de Dios. Ella hace lo opuesto de lo que hicieron Adán y Eva, en un acto de amor obedece y responde: “Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho”. María le cree a Dios. Por eso ella es la nueva creación, la criatura humana curada de raíz que, por su obediencia a Dios, dio lugar a que en medio de nosotros esté Jesús, el Hombre Nuevo.

Dos respuestas diferentes a la pregunta de Dios: la primera esquiva, engañosa, acusadora, que trae como consecuencia la desgracia. La segunda, abierta, generosa, disponible, que nos devuelve la esperanza de una humanidad nueva y, porque no decir, también de una Argentina diferente. A la primera pregunta de Dios, “¿dónde estás?”, respondamos como María: “aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho”. Ella es la criatura inmaculada, sana y sin dañar, ella es vida y esperanza nuestra. Esta mirada de fe nos muestra la decisión de Dios de hacer todo de nuevo desde las mismas raíces. Mirando a María, el corazón del creyente se llena de alegría y esperanza.

Aprovechemos el tiempo de Adviento para volver a creer en el amor, renovar la confianza, ofrecer el perdón, estrechar los vínculos especialmente donde vemos que se han debilitado: con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; con nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, con los más pobres y abandonados; con la comunidad parroquial y en la sociedad. El Adviento es un tiempo para escuchar a Dios y descubrirlo que camina con nosotros. La Inmaculada Concepción nos recuerda que Dios no abandona a sus criaturas. María, Virgen y Madre, nos hace a Dios cercano y nos acompaña hacia al encuentro con Él. Preparándonos para la Navidad, abrámosle generosamente las puertas de nuestro corazón, de nuestras familias y de nuestra comunidad. Que así sea.

 

NOTA: A la derecha de la página en Archivos, el texto como 23-12-08 Homilía en la Misa de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, en formato de Word.


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