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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en el Hospital de Campaña - Fiesta del Sagrado Corazón

Corrientes, 11 de junio de 2021

La providencia de Dios quiso que hoy, junto con nuestros queridos enfermos y sus familiares, con ustedes, amados y admirados médicos, enfermeras y todo el personal de salud que, a pesar del cansancio y tantas veces agobiados por la impotencia, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a contemplar el corazón de Dios. El corazón representa el centro más íntimo y profundo de una persona y la abarca en su totalidad. “Te lo digo de corazón” solemos decir para dar a entender que en ello nos comprometemos enteros.

Dios mismo quiso que estemos hoy aquí para decirnos: miren, sé que están atravesando un tiempo muy difícil y de mucho sufrimiento, pero no se desanimen, vean, yo estoy con ustedes, levanten la mirada, soy el Sagrado Corazón de Jesús, mi amor expuesto por ustedes y para ustedes. Los que me abrieron el costado con una lanza, me hicieron el favor de poder mostrarles mi corazón y expresarles que los amo. Así quedó escrito para siempre por el apóstol San Juan, un testigo que estuvo con la Madre dolorosa junto a la cruz, en la primera lectura (Jn 4,7-16) que proclamamos hoy: “Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados”. La fe en Jesús, en su amor por cada uno de nosotros, especialmente por los que más sufren, nos da fuerzas para asociar nuestros sufrimientos a los de Él y pedirle que los transforme en amor y nos alivie la pesada carga que venimos soportando en el límite de nuestras fuerzas.

 Cuando nos toca vivir situaciones difíciles y que se prolongan en el tiempo, como la pandemia que nos aflige, inevitablemente nos enfrentamos con los temas fundamentales de nuestra existencia como son la vida, la muerte, el dolor, la felicidad, Dios, que a su vez nos arrancan las preguntas más simples y esenciales: por qué y para qué vivimos, porqué tenemos que sufrir, dónde está Dios y por qué no interviene. Hoy nos enfrentamos con el sufrimiento de los enfermos y los fallecidos a causa del Covid, con la consternación y el desconsuelo de sus familiares, la fatiga de los que acompañan y hacen todo lo posible por curar y arbitrar los medios para detener esta enfermedad, con todos ellos compartimos desconcertados la pregunta por qué nos tiene que suceder esto, qué sentido tiene esta zozobra y angustia que estamos padeciendo.

No es suficiente que nos expliquen las causas inmediatas ni las últimas que provoca esta desolación de no saber qué puede suceder mañana. Necesitamos una palabra en la que depositar nuestra confianza, a alguien que serene nuestro corazón y nos dé paz y esperanza para encontrarle sentido y dirección a esta situación que nos desvela y mortifica.

De nuevo, levantemos la mirada y abramos el corazón a Dios, como lo hizo Jesús cuando exclamó desde lo más profundo de sí mismo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido”, tal como lo hemos oído proclamar en el Evangelio (cf. Jn 11,25-30). Jesús se conmueve ante la sabiduría del Padre porque es tan diferente a la sabiduría de los hombres, y confía en ella hasta el final. Es una sabiduría que se oculta a los que ponen su confianza en sí mismos, son autosuficientes y creen que la sola razón y la ciencia logrará satisfacer los anhelos de felicidad que laten en todo ser humano. La gozosa alabanza y la humilde súplica que nos abre el corazón y la mente a Dios, no son incompatibles con la ciencia cuando ésta investiga y progresa para mejorar la salud y el bienestar de todos.

En el libro del Eclesiástico, que recoge y pone por escrito en el siglo II a.C. la sabiduría de muchos siglos, podemos leer el siguiente consejo: “Hijo mío, cuando estés enfermo no te deprimas: ruégale al Señor para que te cure. (…) Luego, haz que venga el médico, ya que el Señor lo creó; no lo desprecies porque lo necesitas. En algunos casos el restablecimiento pasa por las manos de ellos; rogarán al Señor para que les ayude a encontrar los medios para aliviarte y salvarte la vida” (Eclo 38,9-14). Ahí está la sabiduría de Dios: confiar en él y en los médicos que son instrumentos suyos, porque en “algunos casos el restablecimiento pasa por las manos de ellos”; pero a la base está la confianza en Dios, porque tanto el médico como el enfermo rueguen a Dios por su salud. La oración fortalece, nutre la confianza, es fuente de paz.

Por eso, el papa Francisco dijo en estos días que es necesario “ser perseverantes en la oración sobre todo cuando el camino "se empina" y la fe es "vacilante". Porque el camino empinado es una oportunidad y la fe una potencia que sostiene y anima la subida, y la subida nos conduce a horizontes nuevos y afirma nuestra esperanza. La oración, como la que vimos en Jesús, es indispensable y esencial siempre; nos une a Jesús y con Él a Dios Padre, quien nos sostiene aun cuando humanamente no entendamos por qué las cosas son así. Jesús, si perseveramos en la oración, la lleva hasta Dios y de esa manera nos une íntimamente a Él.

Aceptemos confiados la invitación que nos hace Jesús hoy con el “corazón en la mano”, evocando la conmemoración del Sagrado Corazón, cuando nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. Esta invitación tan oportuna y feliz, que nos hace Jesús, se enlaza con la fiesta del Inmaculado Corazón de María que vamos a celebrar mañana. Ella, con su ternura y su firmeza nos hace más fácil y más seguro el acceso a Dios, a Ella nos encomendamos junto con nuestros enfermos y sus familiares y a todos los que día a día están con ellos para aliviar sus dolencias, sostenerlos en la fe y mantener la esperanza, sobre todo cuando están puestos a prueba como nos sucede en medio de esta pandemia. Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío. Amén.

 

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

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