PRENSA > HOMILÍAS

MONS. JOSÉ ADOLFO LARREGAIN

Fiesta de la Virgen de Guadalupe -Ordenaciones diaconales

El Arzobispo consagró en el ministerio del diaconado a Walter Payes y a Daniel Gómez

Queridos hermanos, hoy nuestro corazón se une a toda América Latina para celebrar a Santa María de Guadalupe, la Madre que vino a hablarnos en nuestra propia lengua, en nuestros sueños, en nuestras heridas, y en nuestras búsquedas. Y en esta fiesta luminosa, el Señor regala a la Iglesia diocesana la ordenación diaconal de estos dos hermanos. Los trae de la mano de María. Y eso ya nos dice algo muy hondo: toda vocación nace donde Dios se acerca a lo pequeño, lo frágil y lo disponible.

La primera lectura nos habla de una señal: “La joven está encinta y dará a luz un hijo” (Is 7,14). No es un signo de poder militar ni de triunfo político; es un niño, un vientre humilde, una vida que empieza a latir en silencio. La Señal que Dios ofrece es un Dios que se acerca.

Papa Francisco suele insistir en que Dios prefiere “la revolución de la ternura”, y el pontífice León XIV, en su exhortación sobre la misión en tiempos de incertidumbre, recuerda que “el Evangelio avanza cuando se hace pequeño y cercano, cuando se hace hogar”. Eso es Guadalupe: María haciéndose cercana al más humilde, al que se creía sin lugar. Dios nos dice allí que la verdadera fuerza es la que nace del amor sencillo.

El Evangelio nos muestra a María que “partió y fue sin demora” (Lc 1,39). La prisa no es por obligación, es por amor. Ella no se encierra en sí misma; sale, camina, abraza, escucha. María en la Visitación lo hace concreto. Y cuando llega a la casa de Isabel, brota el Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor” (Lc 1,46). María no habla de sí misma; habla de Dios. No se mira al espejo; mira el sueño de Dios para su pueblo.

Queridos hermanos Claudio y Walter, quienes hoy reciben el orden del diaconado:

a) María les enseña a “ir sin demora”: el servicio diaconal no es tarea de escritorio ni son trámites: es camino, visita, escucha, cercanía. El diácono es el que se levanta y sale. La Iglesia confía en ustedes para que sean “pies en camino” y “manos que levantan”.

b) María les enseña a anunciar la alegría: el Magníficat no es un canto ingenuo; es una proclamación valiente de que Dios sigue haciendo maravillas. Ustedes están llamados a ser heraldos de esa esperanza. Francisco insiste en que “la alegría del Evangelio es misionera”, y León XIV nos invita a construir comunidades que “respiren esperanza en medio de la intemperie”. El diácono es testigo alegre de que Dios no abandona a su pueblo.

c) María les enseña a ponerse del lado de los pequeños: Guadalupe es la Madre que se apareció a un pobre, Juan Diego, y le dijo: “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?” El ministerio diaconal nace para que la Iglesia esté siempre del lado del que sufre, del que no tiene voz, del que necesita un abrazo de Dios.

Queridos hermanos, sean signos vivos de esa ternura. Sean puentes donde otros solo ven barreras. Si hoy celebramos a la Virgen de Guadalupe y ordenamos diáconos, es porque Dios quiere recordarnos que la Iglesia vive para servir, no para ser servida. Que la fuerza de la fe no está en imponerse, sino en acompañar. Cada uno de nosotros, a su manera, está llamado a ser presencia de María para otros: llevar consuelo, acercar la Palabra, sembrar esperanza, sanar heridas.

Pidamos a Nuestra Señora de Guadalupe que cubra con su manto a estos nuevos diáconos y a toda la comunidad diocesana. Que ella, la que trajo al mundo al Dios-con-nosotros, nos enseñe a ser una Iglesia cercana, compasiva y misionera. Y que, como ella, podamos decir con el corazón: “Hágase en mí según tu Palabra” y “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.

Que así sea.

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto completo como Homilia Virgen de Guadalupe y ordenaciones diaconales, en formato de Word


ARCHIVOS - Archivo 1